Millares de personas han sido interpeladas desde principio de año en las
operaciones “Madrugonazo al Hampa” que lidera el Cicpc. Centenas de líneas
escritas en la prensa aprueban esta operación de limpieza social. Testimonios
como el que sigue son pletóricos y desmontan lo maravilloso de esa práctica.
Juzguen ustedes: “Me sembraron”. Con este término metafórico a la bastarda práctica policial de incriminar a
personas inocentes en algún delito comienza Jefferson su cuento. “Me detuvieron
en Gramovén, llegando a mi casa, los pacos corrían escaleras abajo y yo subía;
eran como cien bichos de esos, me apuntaron con sus yerros y pal suelo, no pude
protestar pues las patadas me llovieron encima al primer intento de abrir la
boca y bueno, mira, ahora estoy aquí achicharrado en Yare”. Desde principio de
año sectores populares de la capital fueron sorprendidos con repentinos
allanamientos, arrestos, abusos policiales, presión a familiares para que
paguen altas sumas de dinero por un resguardo seguro del detenido, traslados de
jóvenes a sitios donde son sembrados; en otras palabras, en los barrios
caraqueños se ha desatado otra forma de inseguridad, la más bastarda, la que
viene de los que ostenta el poder de la ley y de las armas.
Según la historia de este joven de barrio, todos los días decenas de
muchachos son sembrados y encarcelados para que la policía pueda dar sus partes
en los medios de comunicación de lo bien que va la llamada “Operación
Madrugonazo”.
La idea aquí no es dividir o escoger entro los buenos y los malos (los
ciudadanos de derecho, los de segunda, los delincuentes y los “sembrados”, la
clase media y los pobres, que de todo modo son los que tienen que compartir las
migajas que nos dejan como expiación de la guerra social) sino poner en tela de
juicio un tema que concierne en las profundidades de sus fundamentos a la
izquierda. Se ha escrito mucho sobre la extradición de Pérez Becerra, la
solidaridad que produjo ese hecho y el rechazo de algunos por ser una actitud
exclusiva y asimétrica, porque de acuerdo a eso el pueblo tendría dos caras:
una buena para los días de levantamiento popular, y una mala cuando está
presentado como la causa del dilema social: la protección de los bienes y las personas.
La izquierda se supone no debería caer en esa dicotomía. El pueblo es uno, y no
basta recordarlo, en sus buenos o malos momentos. Bolívar tenía grandes ideas,
un destino político increíble, la envergadura histórica para impulsar un nuevo
modelo de país. Boves era un traidor, un animal bestial, versátil y vendido a
los intereses de los Grandes. Se exalta la conducta del pueblo que siguió a
Bolivar y se abuchea a la muchedumbre bovesiana. ¿Dos pueblos para una misma
historia?
Otra vez la idea no es correr detrás de los culpables, que según un reparto
de las responsabilidades, somos todos. No se
trata tampoco de heroizar una
actitud de kamikaze que en muchos aspectos se endosa la izquierda, como no es
tampoco la idea de caer en la trampa interiorizada de que saldremos perdedores de una lucha en
contra del Leviatán y de las más arraigadas prácticas de corrupción, represión
e impunidad en las instituciones del Estado. No podemos tampoco, y he aquí el
punto más relevante de este asunto, taparnos la vista detrás del gran ordenador
de la política de este país: Chavez. Menos pensar que con las venideras
elecciones, tal tema podría caer en las manos de los enemigos declarados, o sea
la derecha. Algo interesante puede sostenerse aquí: la falta de actuación por
parte de la izquierda en materia de políticas policiales y su desinterés basado
en el peligro de caer en una postura de derecha ha hecho que el inmovilismo sea
la actitud principal de este gremio. El tema es complejo, no lo dudamos, y esta
enraizado en dos frentes: 1/ la posibilidad o no de supervivencia del Estado
como modo de impulsar políticas justas que apelan a la sociedad igualitaria en
la que muchos creemos, 2/ la definición de la seguridad como punto de anclaje
de toda la retórica liberal-individualista que preconiza una ideología
consiguiente a los procesos de dominación.
Pero vamos a ver a donde nos lleva tal actitud de no intervención en
este tema. Tomaremos dos ejemplos que retratan bien lo que se quiere subrayar.
En las grandes ciudades de Francia y Europa se están llevando a cabo
operaciones de limpieza social “suave” desde los años 90. Consisten en
implementar una matriz de opinión sobre la buena influencia de la
“heterogeneidad social” en las conductas “desviantes” de los pobres. Mezclen a
los pobres y a los ricos y tendrán la solución mágica a un mimetismo social de
los pobres hacia la clase media pudiente. Este fue obviamente una gran estafa
para dejar que pasara mejor la píldora de la limpieza social. Los que podían,
compraron apartamentos, desalojaron a los pobres para poder ofrecer un parque
inmobiliario decente y ello desembocó en la explosión de los precios de la
vivienda en aquellos barrios populares. Los pobres no tienen otra opción que
desplazarse, que emigrar siempre más lejos del centro económico y social de la
ciudad. Ahora bien, ¿por qué este ejemplo? Porque deja claro que la mayoría de
la población, incluso la izquierda, pensó que eso iba a ser la solución para
acabar con los problemas sociales generados por la concentración de pobreza en
un determinado sector. Se impuso la idea de que los pobres necesitan a los
ricos para quedarse más tranquilos y aprender los beneficios de una sociedad
fundada sobre relaciones sociales desiguales. Para decirlo de otra manera, era la
mejor vía para delegar nuestra capacidad de lucha a mecanismos de regulación
impuestos por el Estado.
Segundo ejemplo, más cerca a lo que nos interesa precisamente aquí: la
militarización de la policía y de sus modos de intervención en Brasil a través
de la creación de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP). Esta política de
limpieza social de otra naturaleza aparece como unos de los logros mas
destacados de los dos gobiernos de Lula. Frente al endurecimiento de los
sistemas de auto-reproducción y protección de la delincuencia organizada, el
Estado consideró necesario el uso de un cuerpo de élite de policía militarizada
para enfrentar ese peligro en las favelas del país. Pero, ¿para que sirve eso? ¿A
que los pobres se sientan más seguros, cuando buena parte de su ingreso surge
del mismo trafico de drogas, a designarlos como culpables de todos los males de
la sociedad cuando, en paralelo, son interés muchos menos “comunes” que se van
a aprovechar de esos “cordones de seguridad”, permitiéndoles el sustento de
otros negocios, tal vez menos “sucios” pero no menos eximido de explotación?
Aún más cerca de nosotros, últimamente la Fiscal General anunció que el
encarcelamiento no es la solución que deben privilegiar los mecanismos
tutelares del Estado, ya que las cárceles del país están superpobladas ¿Por qué
no decir ya de una buena vez, basta a todos los encierros? ¿Por qué no retomar
la iniciativa del “Tren de la calle” liderada por el Comité de los Sin techos?
¿Por qué no fundamentarse en la célula esencial que representan los consejos
comunales para establecer un sistema de responsabilización social compartida? Esos
muchachos, en el caso de que estén efectivamente “culpables”, buenos o malos
han sido engendrados por esa misma comunidad que hoy día revindica su plena
soberanía. Pero está arraigado en la mente normada de la mayoría de la gente
que lo “patológico” es un elemento amenazante y expansivo. Se teme y desprecia
al piedrero de la esquina pero se calla la mayoría ante el buen hijo de familia
estacionado con su carro, maleta abierta, con la música prendida a volumen
violador del círculo intimo de la gente.
Ahora bien, ¿quién puede quedarse indiferente al enterarse que centenares
de jóvenes han sido “sembrados” como buena muestra del carácter cuantitativo
del principio de seguridad que nos quieren imponer? ¿No habrá aquí la
demostración de que están fabricando falsos positivos para asegurarse el
respaldo de la población en una quimérica casería a la delincuencia?
En fin, si nos quedamos ciegos y mudos ante la escalada policial
representada por la banalización de los Madrugonazos, no estamos haciendo menos
que apoyar el proyecto neoliberal de cercenar nuestra inviolable e inarrancable
potestad de subvertir el orden propuesto, hecho de cuentos de hadas, calidad de
vida y redimensionamiento del individuo en una sociedad aplastante. Tenemos
aquí la posibilidad de demostrarnos que el juego no esta dado, que pese a los
obstáculos, podemos seguir deshojando margaritas que si el fin de la pobreza, la
justicia, los derechos humanos, el “buen vivir”, el socialismo…
Llamamos desde aquí a una refundación total del tema de la seguridad, de su
problematización colectiva para no dejar detrás de nosotros el “rugido de la
batalla”.
Para suscribir al manifiesto:
Paraacabarconlosmadrugonazos@gmail.com
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