VISITAS HOY

17 mayo 2017

En mi barrio cacerolean


Rosaura recibe el aviso vía mensaje de texto mientras está en su trabajo en una institución pública en la avenida Fuerzas Armadas (Caracas). "Nos avisaron que esta semana llega el CLAP". Reenvía el mensaje inmediatamente al número de su hija Mariela, chavista resteada, que está en su casa al final de las escaleras del barrio en la Cota 905, a la vez que recuerda que quedó en sacarle, al consejo comunal del sector donde viven ella y su familia, copias de las planillas del último censo. Rosaura recuerda también que necesita enviar copia del Carnet de la Patria que sacó recientemente al consejo para actualizar y saber quiénes faltan aún por el mentado carnet en el barrio.

Este mes le corresponde a ella, Rosaura, visitar a Agustín, cuatro casas más debajo de la suya. Es parte de la manera en que está organizada la comunidad alrededor de los ancianos y enfermos. Cada cierto tiempo le toca a uno u otro retirarle el ticket para la caja del CLAP, y ya recibida ésta, entregársela a su vecino de años, de hecho paisano mismo de Güiria. Agustín es un adulto mayor, enfermo, diabético. Ya las escaleras lo han vencido. La simpatía política del don, como se le conoce en la zona, está a la vista de todo el que sube o baja: un afiche de Chávez sonriente en uniforme verde oliva y boina roja cuelga de su ventana.

Mientras tanto en el barrio tanto los voceros del consejo comunal como la comunidad en general van corriendo la voz: monto a depositar, banco y número de cuenta. Deben llevar copia de la planilla de depósito y así recibir un tiquecito con el que podrán retirar la caja del CLAP. Son, si sumamos los otros dos sectores con los cuales se coordinan, unas 2 mil 200 familias, unos tres consejos comunales. Una buena cantidad de ellas con sus miembros abiertamente opositores al Gobierno; los que cacerolean en el barrio. No reciben ningún ataque, ni son reprimidos o violentados. Los que marchan en contra: Rosaura es una de ellas.

En Altamira, zona más al este de la ciudad, la de urbanizaciones y centros comerciales. La de supermercados abarrotados de comidas, tascas y restaurantes que se llenaron recientemente durante la celebración del día de la madre, con hoteles cinco estrellas al lado, manifestantes violentos que mantienen las calles cerradas, le dan una paliza a un joven que al transitar por allí cometió el error de identificarse como chavista. Mientras esto sucedía en Caracas, en un pueblito del estado Mérida, zona rural, otros manifestantes opositores quemaban la casa de un artesano por tener un retrato de Chávez a la vista.

En días pasados, un intento de replicar estas guarimbas se dio en la avenida cerca del barrio. No duró cinco minutos. "Váyanse pa Altamira, aquí no hay bochinche. Aquí no queremos su desorden y violencia". Y es así, en el barrio no se guarimbea. Son otros códigos en medio de las diferencias.

En el barrio no se guarimbea
Las redes sociales, nuevo campo de batalla en esta guerra de ya ni sé de qué generación, si cuarta, quinta o sexta, se van inundando de estas noticias y de mensajes de odio al chavismo: el lenguaje que se suelta en el mundo virtual es claro y violento: hay que exterminar a los chavistas. Como escribo esta nota en caliente -es fresquita, pues-, lo que sucede en las redes me hace pensar que hace Rosaura en ella, cómo se desenvuelve. Me tomo un tiempo para revisar su muro en Facebook. Más de cuatro meses que no escribe nada en él. Meses pasados algunas fotos de la familia y un poco más atrás algún comentario contra Maduro o Chávez. No es activa en la locura de las redes y sé muy bien que no usa Twitter. Con qué tiempo. En realidad el barrio con su dinámica tiene muy poco tiempo para eso.

Esta buena cantidad de familias opositoras (decir familias opositoras también es un error, su núcleo familiar mismo se compone de miembros de ambos bandos) alrededor de estas tres comunidades o consejos donde vive Rosaura, su hija chavista, su nieta, su pareja y otro familiar en su mayoría, aún siendo opositores, no militan activamente en ningún partido político. Habrá sus excepciones. Su radio de actividad política y comunal al igual que el chavista de barrio es el consejo comunal. Unos dicen ser adecos, algunos menos copeyanos. Sé de algunos jóvenes que han sido captados por Voluntad Popular o Primero Justicia.

Cuando se dispara la confrontación y los llamados a marchas, los más activos bajan abiertamente por las escaleras y calles del barrio, con sus gorras tricolores sin el 4F, pitos y banderas rumbo a las avenidas, plazas y autopistas del este de la ciudad. Nadie los ataca, ni enfrenta o insulta. Nadie les lanza botellas de las ventanas de la parte alta o dispara. No me imagino a Agustín o alguno de sus nietos insultando o disparándole a Rosaura mientras baja por las escaleras camino a la Plaza Altamira o al regresar de estas, o a Rosaura y otros opositores arrancándole el afiche de Chávez al don de su ventana, y mucho menos quemándole la casa.

Llega el CLAP, 7 de la noche. Chavistas y opositores se confunden entre el gentío que va intentando organizarse a la voz de las mujeres del consejo comunal. "La escalera 8 puede hacer su colita a la derecha por favor". "Los de la Gallera todos con su tiquet en mano aquí, pegados de la acera pa salí rápido". El barrio está en la calle, no dividido en dos bandos, chavistas y escuálidos, sino en una sola masa de familiares, vecinos y amigos. Con grandes diferencias políticas, pero juntos. El último sector en ser atendido será el de Rosaura. Da tiempo mientras otros tres barrios van haciendo su cola. Ya como a las 9, junto con su pareja, pasa por la casa de Agustín, retira el tiquet y se dirige a la calle habilitada por la comunidad para entregar el CLAP.

Mientras tanto, a nueve estaciones del Metro de esa calle: el este, Chacao, Altamira, La Castellana, arden.

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